Iglesia y castillo de La Iruela
Los primeros años del siglo XX fueron muy difíciles para los habitantes de esta localidad serrana. Muchos vivían atemorizados y no se atrevían a salir de casa al caer la noche. Se decía que en el interior de las ruinas de su castillo ocurría algo misterioso. Personajes foráneos, siniestros, que vestían túnicas oscuras, realizaban cada cierto tiempo extraños ritos ceremoniales que asustaban incluso a las autoridades, que no se atrevían a poner un pie en el castillo.
El lugar escogido para tales prácticas eran las ruinas de una antigua iglesia del siglo XVI que se encuentra dentro de los límites del recinto amurallado y que está consagrada al patrón de la localidad, Santo Domingo de Silos.
El antiguo recinto sacro fue construido bajo el mandato de Francisco de los Cobos, que no sólo fue el “señor” de esas tierras, sino también el todopoderoso secretario del emperador Carlos V. De él se sospechaba que pertenecía a una organización que atesoraba conocimientos heredados de la Orden del Temple, enseñanzas que fueron aplicadas a la construcción de aquel pequeño recinto.
El espacio que ocupaba la iglesia es hoy un lugar tenebroso que suscita sorpresa, recelo y... temor. La vegetación desordenada y exuberante hizo acto de presencia hace mucho y se mimetizó con las ruinas de lo que antiguamente fue un lugar sagrado. Jara, tomillo, higueras y rosales silvestres se entremezclan en el camposanto del interior del templo, que deja al descubierto numerosas tumbas abiertas: nichos que simulan las celdas de un panal y que se adentran en las paredes de piedra. Son agujeros que desvelan entradas secretas a catacumbas bajo un suelo vacío de losas pero que se presupone hueco y repleto de sepulturas; paredes con sarcófagos al aire que muestran los lugares en los que se emparedaba a los muertos; columbarios vacíos; fosas arrinconadas entre bloques de piedra diseminados; sepulcros que se ocultan tras cúmulos de tierra, escombros y madera.