La aventura de la PT-109 al mando del futuro presidente americano John F. Kennedy en el Pacífico.
A partir de la contraofensiva norteamericana en Guadalcanal (7 de Agosto 1942, II Guerra Mundial), la armada consigue asentar una base de lanchas rápidas en la pequeña isla de Rendova, en el mismo centro del archipiélago de las Salomón. Desde ahí, las pequeñas embarcaciones tienen una formidable posición para atacar a los convoyes de refuerzo nipones.
En la noche del 1 al 2 de Agosto de 1943, la PT-109 que manda Kennedy se integra en una flotilla de quince naves del mismo tipo Elco. Es su misión interceptar los buques de transporte enemigos que cargados de tropas y pertrechos se dirigen desde Rabaul (su base principal) a la isla de Nueva Georgia.
John está en una división de cuatro unidades y solo la lancha PT-159 (buque insignia) dispone de un radar primitivo. La noche era oscura y la confusión muy grande.
Mientras algunas torpederas atacan a varios destructores japoneses, las cuatro PT que habían quedado rezagadas, ignorantes de la verdadera situación, creen que la acción bélica se debe a otra cosa: que en vez de artillería naval enemiga son baterías costeras las que abren fuego en la lejanía.
El radiotelegrafista y John F. Kennedy, el comandante, son los únicos tripulantes de la PT-109 que permanecen sobre el pequeño puente de mando. Solo un motor propulsa entonces a la lancha, que avanza muy despacio y , sin saberlo nadie a bordo, hacia una flotilla de destructores enemigos.
Un vigía japonés del Amagiri avista a la torpedera estadounidense y da el correspondiente aviso al capitán de fragata Kahii Hanami. Cuando el destructor gira para enfilar a la PT-109, Kennedy descubre sobresaltado el inminente peligro de abordaje y ordena zafarrancho de combate.
Pero todo es inútil, incluso el valor casi suicida del tercer oficial George Ross, que intenta abrir fuego con la vieja pieza de popa de 37 mm. Una sombra enorme se abate sobre la lancha rápida de la US Navy… Es la proa de una nave, afilada, cortante, terrorífica.
De inmediato se registran dos muertos en la embarcación siniestrada y en pocos instantes la PT se convierte en astillas. Dentro de la desgracia, el peligro de explosión es superado gracias a que la estela del destructor arrastra la gasolina.
Los mejores profesionales se preguntan todavía por qué razón la tripulación de la PT-109 no se encontraba en permanente zafarrancho de combate, algo elemental en una misión nocturna de caza y encima con una limitadísima visibilidad que proporcionaba cualquier tipo de sorpresa.
Una vez abordada la PT, el destructor Amagiri abre fuego con sus dos ametralladoras pesadas de popa para rematar a los posibles supervivientes, cambia el rumbo y se pierde en la noche. El casco partido de la patrullera permanece a la deriva casi seis horas.