En la memoria de los pueblos que se vieron involucrados en el conflicto, quedará grabado con signos de holocausto el combate naval de aquel fatídico 3 de julio de 1898.
Para tener una idea del sangriento episodio, es necesario recordar que después del arribo a Santiago de Cuba de la escuadra española, comandada por el Almirante Pascual Cervera, fue bloqueado el puerto por la escuadra norteamericana de Sampson y Schley. El hecho fijó el destino de la guerra y concurrió a fijar el teatro de ésta en la ciudad de Santiago de Cuba. Luego de echar a pique un gran navío mercante en las cercanías de Punta Gorda, la escuadra norteamericana bombardeó violentamente las fortalezas del Morro y La Socapa, en la boca del puerto, sobre la que cayeron no menos de 8 mil proyectiles, sin grandes consecuencias. La acción se repitió el 15 de junio contra las defensas del puerto. Los españoles, a su vez, considerando difícil la situación de la plaza y creyendo no poder resistir un nuevo ataque, ordenaron desde La Habana al Almirante Cervera, intentar la ruptura del bloqueo naval. Este, convencido de la imposibilidad de lograrlo y de que el intento constituiría un verdadero suicidio, escribió al Ministro de Marina D. Segismundo Bermejo:
Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones, lo cual implica la necesidad de que cualquiera de ellos me hubiera relevado.
En la mañana del 3 de julio, la escuadra fue puesta en movimiento. A la cabeza iban
el crucero Infanta María Teresa (buque insignia); el Almirante Oquendo, Vizcaya y Cristóbal Colón. A unas 600 yardas de distancia entre sí, cerrando la marcha bastante retrasados, los contratorpederos Furor y Plutón. La defensa norteamericana aplicó un arco de círculo compuesto por cuatro acorazados, un crucero y un navío ligero armado, mientras el Oregón se dirigió a toda marcha hacia la boca del puerto, a fin de impedir la salida de los buques españoles, seguido del Indiana, en tanto que el Iowa se aproximaba al sur. Poco después, cuando el Infanta María Teresa había doblado para tomar rumbo oeste, los acorazados Oregón e Iowa comenzaron a cañonearlo, secundándolos minutos después el Texas y el Brooklyn. El crucero español soportó mucho más de un cuarto de hora un verdadero diluvio de proyectiles que lo dejaron inutilizado antes de ganar seis millas fuera del puerto. El Infanta María Teresa, insignia de Cervera, tenía 103,63 metros de eslora y 19,8 de manga, un blindaje de 60,5 milímetros en los costados, las torres y la cubierta, y componían su tripulación un capitán de navío y 497 hombres de dotación. Se embarrancó en las cercanías de Punta Cabrera y se encuentra hundido en sitio desconocido, desde que los norteamericanos intentaron llevárselo como trofeo de guerra. El Cristóbal Colón era el buque más rápido, pero no pudo escapar a la persecución de cuatro buques norteamericanos debido al pobre combustible y al deficiente estado de sus máquinas. De la suerte de los contratorpederos Plutón y Furor se sabe que el primero embarrancó tras ser partido en dos por un grueso proyectil, y el segundo fue echado a pique por el fuego de la artillería enemiga. Luego de cuatro horas de desigual enfrentamiento, terminó el combate naval que dejó un saldo de 475 bajas españolas (350 de ellas, muertos). Los norteamericanos, en cambio, sólo tuvieron un muerto y 3 heridos. Probablemente sea ésta la única acción en la historia de los combates navales en que un adversario resultó totalmente aniquilado, pues ninguna de las seis unidades de la infortunada escuadra española logró escapar. Con ella quedó sellada la suerte de la ciudad de Santiago de Cuba y así, la de la guerra.