Wallace eludió los intentos de captura ingleses hasta el 5 de agosto de 1305, cuando John Menteith (también llamado False Menteith) le entregó a los soldados ingleses de Roybroston en Glasgow. Wallace fue sacado de la sala, lo desnudaron y lo arrastraron por la ciudad, atado de los talones a un caballo desde Westminster a Smithfield. Fue ahorcado, arrastrado y descuartizado. De acuerdo con el método habitual en el siglo XIV para los casos de alta traición, fue ahorcado a una altura que no fuese suficiente para romperle el cuello, descolgado antes de que se ahogase, emasculado, eviscerado, y sus intestinos fueron quemados ante él, antes de ser decapitado y su cuerpo cortado en cuatro partes: su cabeza se conservó sumergida en alquitrán y fue colocada en una pica encima del Puente de Londres.
El Monumento Nacional William Wallace es una torre situada en la cima del monte Abbey Craig, cerca de Stirling, en Escocia. Conmemora la figura de William Wallace.
La torre se construyó gracias a una campaña de recaudación de fondos, en medio de un renovado sentimiento nacionalista escocés durante el siglo XIX. Además de esta subscripción pública, también fue financiado por algunos patronos extranjeros, incluido el líder italiano Giuseppe Garibaldi. Fue completado en 1869 siguiendo los diseños del arquitecto John Thomas Rochead, y consiste en una torre de arenisca de unos 70 metros de alto, en estilo gótico victoriano. Se sitúa en lo alto de la colina de Abbey Craig, una peña que se eleva sobre la Abadía de Cambuskenneth, y desde la cual se dice que William Wallace observó al ejército del rey Eduardo I de Inglaterra, antes de la Batalla del Puente de Stirling.
Para acceder al monumento es necesario ascender a la colina, y a su vez puede subirse a lo más alto del monumento a través de los 246 escalones de su escalera de caracol. Desde lo alto se pueden observar las vistas de las Ochil Hills y del valle del Río Forth. En el interior de la torre también se conservan diversos objetos que se dice que pertenecieron a William Wallace, como su Gran espada de batalla de 1,67 metros de longitud (no confundir con la típica Claymore escocesa).
En 1997 se instaló una nueva estatua en honor a William Wallace al pie de la colina del Monumento, junto al aparcamiento de coches. Sin embargo, el retrato del héroe se parecía menos al original histórico que a la cara de Mel Gibson, que lo había encarnado en la película Braveheart -término que además aparecía en el escudo del héroe en la estatua-.
Según William Temby esto provocó el descontento de los escoceses, y la movilización de distintos grupos sociales que reclamaban su retirada; éste fue denegada, y desde entonces el monumento sufrió vandalismos recurrentes, que estropearon especialmente la cara de la estatua. De ahí que la estatua tuviera que ser protegida por barrotes, algo sorprendente si se tiene en cuenta que el título de la estatua era Libertad. Según el noticiario Rampant Scotland Newsletter, cuando en septiembre de 2004 se terminó el plazo del alquiler del espacio ocupado por la estatua, su autor la puso en venta por subasta con un precio inicial de £350.000, sin que hubiera compradores.
Me encantó tu relato Batiste. Estoy de alguna manera muy interesado leyendo el origen de los "Escotos" y su increíble fuerza e historia. No he llegado todavía a este terrible final de Wallace. Coincido con Master.
El volcán Vesubio entra en erupción, arrasando las ciudades romanas de Pompeya, Herculano y Estabia.
Plinio el Joven (fue un abogado, escritor y científico de la antigua Roma)
en una carta dirigida a Tácito describe la erupción del Vesubio y la acción y muerte de su tío (Epistulae 6, 16).
Pides que te escriba la muerte de mi tío para poder transmitirla a la posteridad con más veracidad. Te doy las gracias, pues veo que a su muerte, si es celebrada por ti, se le ha planteado una gloria inmortal.
En efecto, aunque murió en la destrucción de unas hermosísimas tierras, destinado en cierto modo a vivir siempre, como corresponde a los pueblos y ciudades de memorable suerte, aunque él mismo redactó obras numerosas y duraderas, sin embargo la inmortalidad de tus escritos incrementará mucho su permanencia.
En verdad considero dichosos a quienes les ha sido dado por obsequio de los dioses o hacer cosas dignas de ser escritas o escribir cosas dignas de ser leídas, pero considero los más dichosos a quienes se les ha dado ambas cosas. En el número de éstos estará mi tío, tanto por sus libros como por los tuyos. Por eso con mucho gusto asumo, incluso reivindico, lo que propones.
Estaba en Miseno y presidía el mando de la flota. El día 24 de agosto en torno a las 13 horas mi madre le indica que se divisa una nube de un tamaño y una forma inusual..
Él, tras haber disfrutado del sol, y luego de un baño frío, había tomado un bocado tumbado y ahora trabajaba; pide las sandalias, sube a un lugar desde el que podía contemplar mejor aquel fenómeno. Una nube (no estaba claro de qué monte venía según se la veía de lejos; sólo luego se supo que había sido del Vesubio) estaba surgiendo. No se parecía por su forma a ningún otro árbol que no fuera un pino.
Pues extendiéndose de abajo arriba en forma de tronco, por decirlo así, de forma muy alargada, se dispersaba en algunas ramas, según creo, porque reavivada por un soplo reciente, al disminuir éste luego, se disipaba a todo lo ancho, abandonada o más bien vencida por su peso; unas veces tenía un color blanco brillante, otras sucio y con manchas, como si hubiera llevado hasta el cielo tierra o ceniza.
Le pareció que debía ser examinado en mayor medida y más cerca, como corresponde a un hombre muy erudito. Ordena que se prepare una libúrnica; me da la posibilidad de acompañarle, si quería; le respondí que yo prefería estudiar, y casualmente él mismo me había puesto algo para escribir.
Salía de casa; recibe un mensaje de Rectina, la esposa de Tasco, asustada por el amenazante peligro (pues su villa estaba bajo el Vesubio, y no había salida alguna excepto por barcos): rogaba que la salvara de tan gran apuro.
Cambia de plan y lo que había empezado con ánimo científico lo afronta con el mayor empeño. Sacó unas barcas con cuatro filas de remos y embarcó dispuesto a ayudar no sólo a Rectina, sino también a muchos (pues lo agradable de la costa la había llenado de bañistas).
Se apresura a dirigirse a la parte de donde los demás huyen y mantiene el rumbo fijo y el timón hacia el peligro, estando sólo él libre de temor, de forma que fue dictando a su secretario y tomando notas de todas las características de aquel acontecimiento y todas sus formas según las había visto por sus propios ojos.
Ya caía ceniza en las naves, cuanto más se acercaban, más caliente y más densa; ya hasta piedras pómez y negras, quemadas y rotas por el fuego; ya un repentino bajo fondo y la playa inaccesible por el desplome del monte. Habiendo vacilado un poco sobre si debía girar hacia atrás, luego al piloto, que advertía que se hiciera así, le dice: «La fortuna ayuda a los valerosos: dirígete a casa de Pomponiani».
Se encontraba en Estabias apartado del centro del golfo (pues poco a poco el mar se adentra en la costa curvada y redondeada[II]) Allí aunque el peligro no era próximo pero sí evidente y al arreciar la erupción muy cercana, había llevado equipajes a las naves, seguro de escapar si se aplacaba el viento que venía de frente y por el que era llevado de forma favorable mi tío. Él abraza, consuela y anima al asustado Pomponio. y para mitigar con su seguridad el temor de aquél, le ordena proporcionarle un baño; después del aseo, se reclina[III] junto a la mesa, cena realmente alegre o (lo que es igualmente grande) simulando estar alegre.
Entre tanto desde el monte Vesubio por muchos lugares resplandecían llamaradas anchísimas y elevadas deflagraciones, cuyo resplandor y luminosidad se acentuaba por las tinieblas de la noche. Mi tío, para remedio del miedo, insistía en decir que debido a la agitación de los campesinos, se habían dejado los fuegos y las villas desiertas ardían sin vigilancia. Después se echó a reposar y reposó en verdad con un profundísimo sueño, pues su respiración, que era bastante pesada y ruidosa debido a su corpulencia, era oída por los que se encontraban ante su puerta.
Pero el patio desde el que se accedía a la estancia, colmado ya de una mezcla de ceniza y piedra pómez se había elevado de tal modo que, si se permanecía más tiempo en la habitación, se impediría la salida. Una vez despertado, sale y se reúne con Pomponiano y los demás que habían permanecido alertas.
Deliberan en común si se quedan en la casa o se van a donde sea al campo. Pues los aposentos oscilaban con frecuentes y amplios temblores y parecía que sacados de sus cimientos iban y volvían unas veces a un lado y otras a otro.
A la intemperie de nuevo se temía la caída de piedras pómez a pesar de ser ligeras y carcomidas, pero se escogió esta opción comparando peligros; y en el caso de mi tío, una reflexión se impuso a otra reflexión, en el de los demás, un temor a otro temor. Atan con vendas almohadas colocadas sobre sus espaldas: Esto fue la protección contra la caída de piedras.
Ya era de día en otros sitios y allí había una noche más negra y más espesa que todas las noches. Sin embargo muchas teas y variadas luminarias la aliviaban. Se decidió dirigirse hacia la playa y examinar desde cerca qué posibilidad ofrecería ya el mar; pero éste permanecía aún inaccesible y adverso.
Allí echado sobre una sábana extendida pidió una y otra vez agua fría y la apuró. Luego las llamas y el olor a azufre, indicio de las llamas, ponen en fuga a los demás. a él lo alertan.
Apoyándose en dos esclavos se levantó e inmediatamente se desplomó, según yo supongo, al quedar obstruida la respiración por la mayor densidad del humo, y al cerrársele el esófago, que por naturaleza tenía débil y estrecho y frecuentemente le producía ardores.
Cuando volvió la luz (era el tercer día, contando desde el que había visto por última vez) se halló su cuerpo intacto, sin heridas y cubierto tal y como se había vestido. El aspecto era más parecido a una persona dormida que a un cadáver.
Entre tanto en Miseno mi madre y yo ... pero esto no importa a la historia, ni tú quisiste saber otra cosa que su final. Por tanto termino.
Únicamente añadiré que he narrado todo en lo que yo había estado presente y lo que había oído inmediatamente, cuando se recuerda la verdad en mayor medida. Tú seleccionarás lo más importante; de hecho, una cosa es escribir una carta y otra escribir historia, una cosa es escribir a un amigo y otra a todos. Adiós.
Plinio el Joven, Cartas VI, 16, "Carta a Tácito", año 104
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