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Kazajistán

Gran parte de Kazajistán está igual que cuando lo conquistó Gengis Khan: desolado y vacío. Los desiertos y estepas interminables que se extienden por la mayor parte del país se convierten en el sudeste en abruptas cadenas montañosas que le sirven de frontera con Kirguizistán, la zona de mayor atractivo.

Las diferencias de altitud son extremas y pasan de los 6.995 metros del monte Khan Tengri, situado en esas montañas, a los 132 metros por debajo del nivel del mar de la depresión de Karagiye (al este del Caspio).

La mayoría de los grandes ríos desagua en el interior, en los lagos Zaisán y Baljash (grande pero poco profundo y salado en su parte oriental) y en los mares Aral (el Sir Daría y Amu Daría) y Caspio (delta del Volga).

La desviación de gran parte de sus aguas para mantener plantaciones masivas de trigo en la era soviética casi seca el Aral. Su principal puerto se convirtió en una ciudad fantasma, los peces murieron al aumentar el nivel de sal y los animales huyeron de la zona. Sin embargo, y pese a la aridez de los desiertos y estepas -eriales de piedra, sal y arena- todavía pueden verse en el país antílopes, osos pardos, lobos, ciervos y puede que incluso algún leopardo de las nieves.

Más del 60% de la población vive en las ciudades y es en el subsuelo kazajo donde yacen las mayores riquezas del país. La abundancia de minerales (hierro, carbón, cobalto, bismuto, cadmio...) y sus reservas de petróleo y gas natural le hacen ser la república más rica de la región.

El mundo exterior se dio cuenta de que esta región existía durante el siglo VIII cuando los comerciantes que viajaban por la Ruta de la Seda desde Europa pasaban cerca de la ciudad de Almaty con destino a China. Pero Kazajistán formó parte, cientos de años antes, de una de las civilizaciones más importantes de la Edad Antigua: Persia.

En el siglo XIII, el imperio mogol, al mando de Gengis Khan, cayó sobre la región, y los pueblos turcos que allí vivían tuvieron que asimilar sus costumbres. De esta mezcla surgió el pueblo kazajo, que se convertiría en uno de los últimos y más grandes imperios nómadas capaz de reunir a 200.000 jinetes para una batalla. Hoy, ese pasado se refleja en los tradicionales juegos ecuestres que se celebran.