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Un antiguo proverbio chino reza: “En el cielo está el paraíso y en la Tierra, Suzhou y Hangzhou“. Precisamente, el “post” de hoy viaja hasta la primera de estas dos fascinantes e idílicas localidades del gigante asiático para descubrir uno de sus rincones más hermosos.
Cercana a Shangai y perteneciente a la provincia de Jiangsu, se trata de una gran urbe que ocupa un área de 8.848 km cuadrados que acoge a casi seis millones de personas. Pese a todo, lo que ha hecho de ella uno de los principales reclamos turísticos de China no son ni mucho menos sus proporciones, sino la incomparable belleza que le confieren sus canales.
Aunque esta característica en ocasiones también muestra su rostro menos amable —por ejemplo, durante las graves inundaciones de 1958 y 1972—, lo cierto es que sin ella Suzhou se vería desprovista de buena parte de su encanto, potenciado por sus frondosos jardines, que en 1997 y el 2000 fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Uno de los más notables es el del Bosque del León, tal vez el más famoso del país gracias a los espectaculares formas que muestran sus apilamientos de rocas. Por ejemplo, uno de los más significativos representa a tres leones entrelazados. No obstante, el que quizás es el conjunto más espectacular se encuentra a la entrada del recinto, sin ánimos desmerecer la composición que se eleva junto a un estanque en forma de zeta.
Los orígenes de este vergel se remontan al año 1342 o 1350 —coincidiendo en cualquier caso con el reinado de la dinastía Yuan (1279-1368)—, momento en el que el monje Tian Ru preparó la zona para la edificación de un monasterio.
Se dice que su fundador lo construyó para rendir homenaje a su maestro, Zhi Zheng, quien residía junto al acantilado del Léon, en los montes de Tianmu (provincia de Zhejian). Por lo que respecta a su diseño, se cree que es obra del célebre pintor Ni Zan. Tal era la magnificencia del recinto que a mediados del siglo XVIII, durante la dinastía Qing (1644-1912), el emperador Qianglong se inspiró en él para proyectar el Palacio de Verano de Beijing.
Su superficie, que se sitúa en torno a una hectárea, alberga a mano derecha una serie de edificios que fueron utilizados como vivienda en el pasado. Otro elemento destacable es el pabellón que se halla junto a la única cascada con la que cuentan los jardines, y que descuella por su espectacular salón de té, sito en la primera planta. Finalmente, tampoco hay que dejar de acercarse hasta el espectacular laberinto de piedra erigido en la orilla opuesta, dominado por un soberbio “ginko” de más de 360 años.
El arte de oriente es una maravilla , solo conozco el de Japon , pero creo que tienen una semejanza en contrucción y jardines
Al final vas a hacer que visite China
Buen trabajo socio
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