El
Pirineo catalán comprende un territorio conexo con los orígenes de la
Cataluña medieval. Fue por aquel entonces cuando
Arnau Roger, Barón de Mataplana y Conde de Pallars acabó condenado a vagar a lo largo de la eternidad como un alma atormentada tras completar una larga lista de excesos cometidos a lo largo de su existencia. A Arnau se le atribuye, la práctica abusiva del derecho de pernada, pues era, hombre de hábitos libertinos en demasía. Este ´noble caballero´, desposado con una dama virtuosa de equivalente abolengo, terminó haciendo una serie de relaciones sacrílegas que mantuvo reiteradamente con la abadesa y las monjas del
convento de Sant Joan de les Abadesses. (Realmente, luego, expulsadas del convento por una bula papal acusadas de escandalosas irregularidades).
En el
Santuario de Montgrony, hay unas escaleras talladas en la roca que Arnau hizo construir a unos pobres feudatarios que se quedaron sin cobrar el sueldo antes convenido con él.
Además de su irreverente sexualidad y del trato cruel que infligía a sus siervos, existen también referencias que aluden a blasfemias, hijos ilegítimos, monjas embarazadas y no pocos crímenes gratuitos.
A su muerte, el alma en pena de Arnau estuvo apareciéndosele a su mujer en el
Castillo de Mataplana, que había sido también su residencia en vida, a lo largo de los siete años que por entonces duraba el solemne luto. Después, el castigo del conde se permutó, desde el mismísimo infierno, donde resolvieron condenarle a vagar eternamente en una interminable cacería. Desde el
Gorg dels Banyuts, al anochecer, el conde sale con su montura envuelto por las incandescentes llamas del mismo averno y escoltado por una jauría de perros, en busca de las almas descaminadas que también merecen concluir su trayecto en ese lugar, y al llegar la medianoche, el canto del gallo, indica al conde Arnau que debe regresar a su infierno una vez más.