La cárcel de Regina Coeli, en el céntrico barrio romano del Trastevere, engaña. Fuera, luce un portón de madera tallada y la típica fachada anaranjada de los palacios nobles de la Roma del siglo XVII, cuando el edificio fue construido.
Pero dentro, la humedad de las paredes penetra en los huesos. Tanto que algunos presos están con chaquetas y gorros. Lo peor, sin embargo, es el espacio: no hay. Así en las celdas para dos reclusos, hay tres; en las de cuatro, seis. “De media, hay doscientos reclusos más de lo previsto”, reconoce Mauro Mariani, el director del penal desde hace doce años.
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