La hipocresía europea con el gas ruso: condena pública pero dependencia privada
Europa se ha convertido en el ejemplo perfecto de la contradicción política: mientras los gobiernos del continente condenan con firmeza la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin y prometen sanciones ejemplares, las cifras revelan una realidad incómoda.
Durante 2024, Europa compró cantidades récord de gas natural licuado (GNL) a Rusia, consolidando una dependencia que alimenta el conflicto que públicamente dicen rechazar.
Según datos de Rystad Energy, Europa importó 17,8 millones de toneladas de GNL ruso en 2024, un aumento de más de 2 millones de toneladas respecto al año anterior. Este incremento convirtió a Rusia en el segundo mayor proveedor de GNL del continente, superando a Qatar y solo por detrás de Estados Unidos. Además, Europa recibió 49,5 mil millones de metros cúbicos de gas ruso por gasoductos y otros 24,2 mil millones de metros cúbicos en forma líquida, parte de los cuales fueron revendidos a terceros países.
Esta paradoja pone de relieve cómo las sanciones impuestas a Rusia tienen "agujeros" estratégicos que permiten a los Estados europeos seguir financiando, indirectamente, la maquinaria bélica rusa. Aunque la Unión Europea ha reducido drásticamente sus importaciones de gas ruso por tuberías desde el inicio de la guerra, ha compensado esa disminución con compras crecientes de GNL. La explicación es simple: Rusia ofrece este combustible a precios de descuento frente a otros proveedores, y, en ausencia de sanciones directas al GNL, las empresas europeas priorizan su propio interés económico.
La dependencia europea del gas ruso refleja una desconexión entre el discurso y la práctica. Mientras los líderes europeos declaran su apoyo a Ucrania, los flujos de dinero hacia Rusia siguen activos, alimentando tanto la guerra como la crisis climática. Informes recientes han señalado que endurecer las sanciones podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas con los combustibles fósiles rusos en un 25 % para 2030. Si estas energías fueran reemplazadas por fuentes renovables, las emisiones podrían caer en 300 millones de toneladas anuales.
La UE tiene dos caminos: seguir comprando energía barata a Rusia, con las consecuencias geopolíticas y ambientales que esto conlleva, o comprometerse finalmente con un futuro energético limpio, seguro y, sobre todo, coherente con los valores que dice defender. La hipocresía tiene un precio, y Europa parece estar pagando con su credibilidad.
Y luego los europeos vienen a quejarse que acá le vendemos soja o maíz de zonas desforestadas, porque primero no se miran los pies donde están parados y luego hablan.