Torre de Belem, Lisboa - Portugal
Situada en el enclave más estratégico del Atlántico, al suroeste de la Península Ibérica, Lisboa conserva la entrada desde el Tajo como en siglos pasados.
La riqueza piscícola de su estuario, la fertilidad de sus valles, y su apertura al mar favorecieron el intercambio comercial de la ciudad portuguesa, otrora capital de imperio colonial.
Es difícil imaginar Lisboa sin su aroma a café, los funiculares y los tranvías, los bellos azulejos que visten algunas fachadas art-déco, los restaurantes decimonónicos, la melodía del fado y las farolas.
Todo esto imprime un cierto aire decadente que da rienda suelta a la melancolía y la ensoñación. Su tamaño –su distrito no supera el millón de personas- la hace asequible, al alcance de los sentidos.
Para disfrutar mejor del paseo se puede comenzar desde abajo, desde el punto en el corazón de la ciudad donde el Tajo está casi a nivel de las plazas y desde donde se pueden observar las perspectivas desde el agua.
Este lugar se llama Baixa, la parte baja de la ciudad. Este lugar fue construido a nuevo por el marqués de Pombal a partir de 1755 sobre las ruinas que dejó el mayor terremoto de la historia de ese país.
En este lugar se encuentra la plaza Figueira, destinada en su origen a ser la plaza del mercado, pero cuya magnitud la reservo para fines nobles, como un pulmón de aire y luz en el medio de los elegantes edificios del trazado pombalino de esta parte de la ciudad.
También se encuentra la plaza del Rossio, donde la gente se reúne a pasar el tiempo las tardes de verano y de primavera. Está rodeado de cafés, pastelerías y teatros.