Mao Zedong, el padre del comunismo chino
Si hubiera que confeccionar una lista con los personajes más influyentes de la historia del gigante asiático, una de las primeras posiciones debería reservase al hombre que sentó las bases de la China actual: Mao Zedong (1893-1976). Admirado y odiado por igual, su mayor legado estriba en la transformación de un territorio anclado en la tradición en una de las sociedades de inspiración comunista más atípicas y desconcertantes, hasta el punto de desafiar el poder omnímodo de la desaparecida URSS.
Nacido en el seno de una familia de campesinos acomodados de Hunan, pasó a la primera línea del activismo político al convertirse en 1921 en uno de los fundadores del Partido Comunista Chino.
Tras producirse la ruptura entre los integrantes del nuevo bloque y los militantes nacionalistas —encuadrados en el Guomindang de Chiang Kai-shek—, organizó un gobierno soviético en una zona rural de la provincia de Jiangxi entre 1927 y 1934. Entre sus mayores preocupaciones, se encontraban la de ligar las acciones militares con la creación de un poder político que promoviera una reforma agraria y una movilización del campesinado.
Más tarde, a resultas de los incesantes ataques de las fuerzas del Guomindang, dirigió la retirada conocida como la Larga Marcha (1934-1935) y estableció su centro de operaciones en la ciudad de Yenan, en el norte del país. A pesar de que en 1936 consiguió concretar una alianza japonesa con los nacionalistas, los enfrentamientos entre ambos bloques continuaron durante la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) y la guerra civil china (1946-1949), que acabó con la victoria de los comunistas.