Bajo un sol abrasador, mientras pisamos descalzos la arena caliente de unas dunas dignas del Sáhara, se nos acerca un criador de caballos. Vigilando a su rebaño que pasta en unos mechones de hierba seca en la distancia, nos confiesa que acaba de realizar un ritual pagano, para invocar la clemencia del cielo, ya que desde hace tres meses no llueve en esta tierra árida.
Lejos de la visión uniforme de Rusia que, erróneamente, tenemos a menudo, la República de Kalmukia, que bordea el mar Caspio, parece ser la quintaesencia de los contrastes y la diversidad que caracterizan a este país. Única región budista del continente europeo, ofrece a los viajeros un paisaje árido, dominado por infinitas estepas y dunas, pero también por templos y pagodas budistas.