Cuando llegue a Madrid, hace ya 20 años, me asombro la cantidad de hoyos que se hacían en calles, aceras y solares. Muchas veces se cerraban con la misma celeridad que se abrían y, pocas veces, le hallaba sentido a tanto trajín.
Mi primera teoría es que los responsables del urbanismo de la ciudad, habían sido topos en una vida anterior y no habían perdido parte de su instinto natural, en el paso a su nueva reencarnación como humano.
Sin embargo, pronto los escasos lugareños (en Madrid casi todo el mundo era de "fuera") me prestaron una nueva teoría: estos agujeros, incluidos túneles, zanjas o sencillos hoyos son fruto de que el Ayuntamiento esta buscando un tesoro.
A mi esta teoría me convención, pero ahora, en tiempos de déficit presupuestario, parece como que los gobernantes hallan perdido la ilusión por encontrar ese tesoro, que resolvería sus penurias, y parece que la actividad febril ha disminuido... pero sin desaparecer por completo.
Sin embargo, fruto de esa actividad de décadas siguen quedando cicatrices en el terreno, que el tiempo aun no ha conseguido borrar.