Nueva Zelanda se ha convertido en una meca turística para miles de personas de todo el mundo. Representa la aventura como negocio, con decenas de propuestas para disfrutar de una naturaleza apenas inalterada.
A este lugar se llega dispuesto a probarse a uno mismo, a tirarse al vacío si es preciso, a probar sensaciones de vértigo, a volar sobre las montañas, a deslizarse a toda velocidad por ríos embravecidos, a caminar por senderos solitarios envueltos en densos bosques en los que no habita un solo ser humano...
La aventura no conoce el límite. Los neozelandeses inventan cada año cosas nuevas para los que llegan hasta aquí, sedientos de otras dosis de adrenalina. Para los menos entendidos, entre los que me encuentro, he aquí algunas definiciones de algunos de los deportes allí practicados:
Zorbing. Consiste en meterse en una gran burbuja de plástico de tres metros de diámetro y ser lanzado por las laderas de cualquier parque a más de treinta kilómetros por hora.
Rafting. Consiste en recorrer el cauce de ríos con algún grado de turbulencia en la dirección de la corriente, sobre algún tipo de embarcación rígida o inflable.