Casi ahogada por el Mediterráneo que la envuelve,
Peñíscola es el perfil fuertemente amurallado de la vieja población de empinadas calles de cantos rodados; es también la silueta desafiante del imponente castillo; pero sobre todo, es la ciudad del
Papa Luna, aquel
Benedicto XIII que, llevado de su carácter bravío, animó durante años el
Cisma de Occidente.
Ciudad amurallada en todo su perímetro, constituye un magnífico ejemplo de arquitectura militar, labrada a través de los siglos y en perfecto estado de conservación. Tres históricas puertas dan paso al recinto. En su interior manan un número importante de fuentes. El mar la envuelve y a veces “rebufa” traspasando subterráneamente las murallas.
En lo más alto, el castillo, un castillo templario de larga tradición guerrera. Pero el sumun de su gloria es haber sido nada menos que
Sede Papal, con su Basílica, Salón del Cónclave, residencia palaciega…; como Roma o Avignon, porque aquí residió y murió el
Papa (¿?)
Benedicto XIII.
Aún hoy, la leyenda afirma que vaga por el castillo, asomándose a las ventanas y repitiendo la frase que le caracterizó en vida: "el verdadero Papa soy yo"… y así, siempre “en sus trece”.
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