Mónaco es una curiosa ciudad-estado-país, el segundo más chiquitillo del mundo tras El Vaticano (tiene la irrisoria cantidad de 1,95 km²), pero el que tiene una densidad de población más elevada (16.620 hab/km²). Está situado en la bellísima Costa Azul, rodeado por Francia y el Mar Mediterráneo. Se trata de un principado, curiosa manifestación monárquica no demasiado extendida en la que el jefe de estado es un príncipe.
Pues bien, curiosamente, en 1918, se firmo un tratado entre el Principado de Mónaco y la República Francesa, según el cual, si un día se da el caso de que no hubiera ningún heredero, hombre o mujer, de la actual casa reinante, la antigua y famosa familia Grimaldi, el pequeño principado pasaría a formar parte del estado francés como protectorado autónomo. En realidad este tratado formó parte del Tratado de Versalles y estableció que la política de Mónaco no podría oponerse a los intereses políticos, militares ni económicos de Francia. Y fue provocado por una crisis de sucesión, pues para la época el heredero al trono monegasco no tenían heredero legitimo, lo que abría la posibilidad de que sus primos alemanes tuviesen acceso, lo que era inaceptable para los franceses, que estaban guerreando, como siempre, con estos.
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